Ya a nadie le es ajeno este tema. Al gobierno lo agarraron con la mano en la lata, en medio de una crisis económica y social que profundizaron al extremo, logrando de esa manera un hondo rechazo... Ver más
Boom para el mercado, ajuste para el pueblo
Milei ganó las elecciones legislativas nacionales y empató en la Provincia de Buenos Aires. El “aire” electoral amplía el margen político en cuanto al tiempo, la paciencia social, una oposición mansa, la confianza de EEUU y un mercado local en alza, con el objetivo de corregir el plan económico en dos sentidos, conforme los reclamos del capital. El mandato del gobierno es fortalecer la sostenibilidad (acumular reservas en el BCRA) y, simultáneamente, avanzar con las reformas estructurales (laboral, jubilatoria, impositiva) con las que busca consolidar a largo plazo el retroceso salarial y económico de la clase trabajadora.
La estabilidad del plan económico estuvo en jaque durante 2025, al punto de requerir no uno sino dos salvatajes financieros. Por un lado, el préstamo del FMI por U$S 20.000 millones en abril, justificado como un respaldo ante la salida parcial del cepo pero que, en rigor, era requerido ante la crisis de reservas, que en marzo habían tocado piso a niveles tan bajos como los dejados por Massa antes de retirarse del poder en 2023 (unos U$S -11.000 millones). Por otro lado, la intervención directa del Tesoro de los EEUU vendiendo dólares en Argentina para calmar la cotización del dólar ante el ánimo comprador del mercado motivado por la desconfianza respecto al plan económico y las perspectivas desfavorables de los pronósticos electorales -éstas últimas finalmente desmentidas por los comicios.
El triunfo obtenido por La Libertad Avanza (LLA) ciertamente fortalece transitoriamente al bloque de las clases dominantes en el ejercicio del poder político, tanto por el incremento de su representación parlamentaria como por la revalidación (parcial, por cierto) de las expectativas en el gobierno de Milei de una parte considerable de la población. Y la traducción en el plano económico es el envalentonamiento del gobierno con las reformas “de segunda generación” prometidas a las cámaras empresariales, los monopolios, las multinacionales y el FMI.
Ahora bien, lo anterior no se traduce automáticamente en un camino pavimentado para el gobierno. Ciertamente, tras los resultados del 26-O cuenta con un mejor panorama tanto en comparación con lo que hubiera sucedido con una derrota (sea moderada o estrepitosa) como en relación al estado de situación de los últimos 6 meses y tras la derrota en la elección bonaerense (7-S). No obstante la oportunidad, el sendero de dólar barato, escasez de reserva, caída de la actividad y deterioro de los ingresos es insostenible en el corto plazo, no importa cuán positiva sea la expectativa de los capitales financieros que provocaron un alza histórica en la cotización de acciones, bonos de deuda y títulos de toda clase en el mercado financiero local tras conocerse el resultado electoral. El síntoma de lo anterior es un régimen monetario que sigue en jaque porque la cotización del dólar sigue presionando el techo de la banda: el mercado se entusiasma pero sigue comprando dólares baratos.
En ese sentido, el gobierno encara el 2026 con un desafío central: cómo afrontar los vencimientos de deuda (con el FMI, con bonistas privados) con una pésima situación de reservas en el BCRA y sin acceso al mercado voluntario de crédito, es decir, sin contar con la posibilidad de tomar nueva deuda para pagar las viejas. Esa salida, la deseada por Toto Caputo desde inicio de su mandato, supone bajar el riesgo país a niveles aceptables para el capital financiero internacional, por debajo de los 500 puntos, cuando promedió los 1.100 a lo largo del año y solo cayó a 650 luego de las elecciones, en su mejor momento. Actualmente el objetivo parece al alcance de la mano, pero en realidad depende de los movimientos del gobierno, tanto en materia de acumulación de reservas como de gestión política, del comportamiento de los mercados en los próximos meses, y de la solidez de Trump y la situación política en EEUU, la que tuvo un cimbronazo con el triunfo del “socialista-democrático” Zohran Mamdani en las elecciones para alcalde de Nueva York.
Un segundo desafío está vinculado a la sostenibilidad del plan económico. Hasta ahora, el proceso de desinflación estuvo anclado en dos variables. Por un lado, un superávit fiscal que, si bien es falso (no incluye los intereses de las LECAPS, que se capitalizan en lugar de pagarse), igual supuso una reducción del gasto público tal que permitió cierta restricción monetaria. Decimos “cierta” pues no hay emisión directa de pesos para financiar al Tesoro, aunque sí por medio de las altas tasas de interés, el dólar futuro, la deuda flotante y otras fuentes indirectas. La segunda variable, probablemente más importante, es el atraso en la cotización del dólar (o dólar barato) combinada con cierta apertura de la economía, lo que frena la suba de precios locales por la competencia con el exterior y aplaca la inflación.
El sostenimiento de la primera variable puede encontrar dificultades en la necesidad de acordar con los gobernadores financiamiento nacional de obras públicas y transferencias a las provincias a cambio de votos en el Congreso para aprobar leyes vinculadas a las reformas estructurales, así como en la caída de la recaudación por la reducción de impuestos, retenciones agropecuarias y caída de la actividad económica. Aún así, la dificultad más importante se relaciona con la segunda: la cotización planchada del dólar fue artificialmente mantenida gracias a los sucesivos “puentes” financieros (suspensión de importaciones, blanqueo de capitales, Acuerdo con FMI, asistencia del Tesoro de EEUU), es decir, medidas de única vez y con efecto transitorio, que no pueden sostenerse en el tiempo. Pasada la elección, todos se preguntan cómo generar un proceso de acumulación de reservas en el Banco Central que garantice el pago de los compromisos de deuda y legitime el plan económico ante el mercado internacional, cuando vastos sectores de la economía real están muy deteriorados y la desinflación depende de un dólar abaratado que incrementa importaciones, dificulta exportaciones y promueve la adquisición de divisas para atesoramiento y la fuga de capitales (formación de activo externos), todos fenómenos que atentan contra la compra de dólares por parte de la autoridad monetaria. El gobierno está ante la disyuntiva de tentarse con la apreciación cambiaria y arriesgarse al 2018 macrista, o corregir el régimen cambiario y arriesgarse a una disparada inflacionaria y sus consecuencias sociales. La pericia, experiencia y capacidad de toma de decisiones del gobierno les juega en contra frente al desafío abierto.
Ahora bien, no hay que dejarse engañar con la posibilidad de que el gobierno corrija el rumbo económico en un sentido positivo, como se escucha entre algunos analistas entusiasmados con la posibilidad de “normalizar” la inflación y “estabilizar” la macroeconomía para dar lugar a un período de crecimiento y bienestar. Bajo la orientación neoliberal y ajustadora de Milei, cualquier estabilización no solamente se hará a costa de las condiciones de vida de las mayorías, sino que será utilizada como plataforma para el despliegue de aquellas reformas estructurales y otras recetas ya probadas en los años ´90 o en la última dictadura militar, que llevaron al país a un abismo social y económico.
Vinculado a ello, además de los desafíos de corto plazo sobre la estabilización económica, en el mediano plazo el gobierno tiene que formalizar un modelo de largo plazo, es decir, una propuesta general acerca de cómo será la economía argentina y cómo se insertará en el mundo, qué sectores ganarán y perderán, y de qué vivirá la gente. Al respecto, el RIGI develó por anticipado el misterio: un modelo de re-primarización de la economía, una apuesta por los sectores extractivistas (agro, minería, energía) con poca generación de empleo, escaso valor agregado y concentración económica en pocas manos, generalmente extranjeras, probablemente combinado con una oferta atractiva para la especulación financiera, suficiente para atraer inversiones de portafolio desde el exterior. Se trata de un modelo similar al observado durante todos los gobiernos de cuño liberal, sean de facto (1976-1983) o democráticos (Menem, Macri). Uno que deja un tercio de la fuerza laboral fuera de la fiesta, explota de manera insostenible los recursos naturales de nuestro suelo y generalmente termina en estallidos -sociales o de mercado.
En lo inmediato, la tarea de primer orden es enfrentar las reformas estructurales y sostener las conquistas históricas de la clase trabajadora frente a los ataques del gobierno y el capital. En ese camino, forjar una fuerza social en condiciones de formular e implementar una propuesta económica para una salida a la crisis desde una perspectiva obrera y popular, comenzando por la suspensión de los pagos de la deuda externa y la aplicación de un programa mínimo de estatización del sistema bancario, el comercio exterior y los recursos estratégicos.
David Paz
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