La revolución no murió: la censuró el algoritmo.
Octubre fue un relámpago que alumbró historia. Un instante donde la multitud se volvió verbo, donde la palabra revolución dejó de ser consigna y se convirtió en cuerpo, en hambre que organiza, en utopía que camina. Petrogrado ardía, no por fuego, sino por ideas. El Palacio de Invierno no cayó por violencia, sino por la certeza de que otro mundo era posible. Y ese mundo, aunque herido, dejó una huella que aún palpita en las grietas del presente.