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Caminando la cornisa
El modelo económico de Milei y Caputo atraviesa el segundo salvataje financiero en menos de 6 meses, de la mano del FMI y EEUU. Una crisis política gatillada por una paliza electoral se combina con la disparada del dólar, la caída de la actividad y el empleo, el repunte de la inflación, el creciente déficit externo y el estancamiento de las reservas del BCRA.
El primer salvataje o rescate financiero al gobierno fue el préstamo del FMI por USD 20.000 acordado en abril. En ese momento el modelo había entrado en una crisis autoinfligida de reservas, que amenazaba con desatar una corrida cambiaria y un knock out para el gobierno. El efecto del blanqueo de capitales ya se había diluido y el gobierno quemaba reservas para sostener el dólar barato y frenar la inflación, además de negarse a comprar dólares en el mercado para fortalecer la posición del BCRA. Presionado por las dudas del capital financiero acerca de la capacidad de Argentina de pagar la deuda externa, reflejado en un riesgo país que superaba los 900 puntos, el gobierno buscó salir hacia adelante y apostó por un combo: blindaje financiero del FMI y liberación del cepo cambiario (histórica demanda empresarial) con un nuevo esquema cambiario “de bandas”.
El sendero planificado por el gobierno era “normalizar” -desde el punto de vista del capital financiero- el mercado de cambios y la circulación del capital, conseguir un triunfo electoral en octubre y con ello lograr una disminución del riesgo país para retornar al crédito voluntario internacional. De esa manera, en 2026 se podrían renovar los vencimientos de deuda, cuyo volumen es incompatible con la actual capacidad de pago del país y evitar un posible default.
La firma del Acuerdo con el FMI, el desembolso de los primeros USD 12.000 millones y el nuevo régimen cambiario (las bandas) fueron festejados por el gobierno como un triunfo rotundo del equipo económico. Pero los siguientes meses fueron fatídicos para el gobierno: el estancamiento de la actividad económica y la generación de empleo (desde febrero-marzo), la escasez de reservas incluso post cosecha (mayo-junio), el desacierto de la eliminación de las LEFI (julio), la desesperación por bajar el dólar con mecanismos como venta de dólar futuro, suba de encajes, alza en las tasas de interés y venta de dólares del Tesoro (agosto-septiembre), el descontrol de la agenda pública tras el affaire Spagnuolo y el 3% de Karina (agosto), el jaque a la gobernabilidad tras las derrotas parlamentarias y el alejamiento de antiguos aliados (de julio en adelante), entre otros factores, generaron dudas en el poder económico respecto a la sostenibilidad del esquema económico y político montado por Milei y su gabinete. Estas se manifestaron de muchas maneras, pero fueron especialmente notables en el incremento de la cotización del dólar y la retirada de inversiones en pesos a la espera de los resultados electorales.
En efecto, como en toda crisis, un hito desató finalmente las tensiones acumuladas: la derrota electoral de La Libertad Avanza en PBA, comicios que el gobierno nacional consideraba ganados de antemano, tras casi un año de interna en el peronismo y el triunfo de LLA en CABA, momento en que terminó por engullir al PRO. La diferencia de 14 puntos entre las listas libertaria y peronista pegó bajo la línea de flotación y el gobierno nacional quedó desorientado, circunstancia que todavía no pudo revertir. Tras un balance falsamente crítico, donde habló de errores en el armado político y eximió de culpas al modelo económico, Milei insistió con la estrategia confrontativa acusando al “riesgo kuka”. Pero una vez demostrada la debilidad, la mística invencible se derrumba y entran todas las balas: desde un brócoli en la cabeza de Milei hasta el escándalo del financiamiento narco de José Luis Espert.
El impacto de la derrota no se limita a la política. Los indicadores financieros y económicos que responden a las expectativas del capital vienen mostrando un importante deterioro. El riesgo país ascendió de 900 a 1450 puntos en dos semanas, la cotización de los activos argentinos se desplomó en las bolsas, y el dólar se disparó de $1380 hasta superar los $1500 (cuando en mayo y junio estaba debajo de $1200). En cuestión de una semana el BCRA llevaba vendidos USD 1.100 millones para contener la suba del dólar, un ritmo completamente insostenible que, de haber continuado, habría agotado el poder de fuego del Central antes de las elecciones del 26 de octubre.
Ante ese panorama, el gobierno debía decidir si volver al cepo cambiario para cuidar los dólares (una medida impopular y contraria al ADN libertario), o vender los dólares de las reservas (lo que incluye el préstamo del FMI) para no permitir un salto del dólar en la previa electoral y arriesgarse a no llegar, lo que hubiera terminado en una corrida cambiaria. Una tercera vía era dar por muerto el esquema de bandas, dejar flotar la divisa y aceptar que el mercado produzca una devaluación del peso hasta Dios sabe dónde. Estamos entre Guatemala y Guatepeor.
Sin embargo, el gobierno optó por una alternativa diferente y así apareció el segundo salvataje financiero, esta vez protagonizado por el Tesoro de los EEUU, es decir, el gobierno de Trump. Si un modelo económico debe ser rescatado dos veces en el mismo año, significa que ha fracasado. Y dado que no hubo factores externos o internos de importancia (una guerra, una pandemia, una sequía, una rebelión popular, una ruptura con el FMI), el fracaso se explica por las propias inconsistencias del modelo.
Al cierre de esta edición, el rescate se limita a “la política del anuncio”: reuniones, declaraciones, promesas y publicaciones en Twitter entre funcionarios argentinos y el Secretario del Tesoro de EEUU, Scott Bessent, acerca de un intercambio de monedas (swap) por USD 20.000 millones. Una especie de respaldo “de palabra” del gobierno norteamericano que calmó las aguas del mercado por unos días, pero que pronto dejó de surtir efecto: el capital pide “que aparezca la plata” para continuar sosteniendo el frágil equilibrio de las finanzas argentinas. Pero no es fácil concretar lo anunciado, porque la crisis política interna de EEUU (shutdown del gobierno, desacuerdos sobre el Presupuesto) obligó a Bessent y Trump a moderar la asistencia prometida: descartaron comprar bonos de la deuda argentina, otorgar un crédito tipo stand-by del Tesoro y buscaron comprometer al FMI en la movida. A sabiendas, el ministro Caputo apura los viajes a EEUU y las gestiones políticas y burocráticas para concretar (o al menos anunciar) la operación antes de las elecciones del 26/10.
Una subtrama del rescate fue la estafa del gobierno nacional con la suspensión de las retenciones a las exportaciones agropecuarias, cuyo objetivo fue hacer ingresar al país USD 7.000 millones en exportaciones para apuntalar las reservas del BCRA. Coordinada previamente con las cámaras empresariales del sector, la medida fue aprovechada únicamente por un puñado de monopolios y multinacionales cerealeras que, anotando ventas ficticias y trayendo crédito externo, se alzaron con una ganancia de aproximadamente USD 1.500 millones en pocos días, a costa del sector público.
Por otro lado, los rescates no son gratuitos: tienen un enorme costo político y económico. El salvataje del FMI implicó nuevo endeudamiento por USD 20.000 millones y el compromiso de cumplir con una serie de metas fiscales, impositivas y de reservas que implican un duro ajuste económico sobre los salarios, la actividad económica, el tejido industrial, la generación de empleo y las inversiones y gastos del Estado (obra pública, jubilaciones, programas sociales), entre otros. El salvataje del Tesoro de EEUU supone un condicionamiento político y a la soberanía nacional, con foco en la disolución progresiva de las relaciones económicas con China y las posibles concesiones militares en zonas estratégicas para el imperialismo yanqui, como el sur de la Patagonia.
Ahora bien, tampoco está garantizado el éxito. Si el modelo económico debió ser rescatado dos veces en 2025 es porque carga con profundas inconsistencias que no pueden ser resueltas con artilugios transitorios como nos tiene acostumbrados Caputo, especialmente si el gobierno ratifica el rumbo ante cada desastre y encima acelera el paso. La experiencia de Macri en 2018 debería servir de lección: el rescate del FMI solamente sirvió para financiar la fuga de capitales, estirar con respirador artificial el modelo económico y dejarle al pueblo argentino la deuda con el organismo más grande de la historia.
En definitiva, asistimos al segundo crack del modelo económico en menos de un año, solo evitado gracias a los rescates del capital financiero internacional, con un costo político y económico que todavía no podemos medir con precisión. En simultáneo, definitivamente se terminó la “luna de miel” de vastos sectores de la población que apoyaban o tenían expectativas en la propuesta de Milei, reflejado en un crecimiento del rechazo social a las consecuencias del modelo y un alejamiento de los sectores políticos titubeantes que apoyaron el rumbo en los primeros 18 meses.
El experimento libertario atraviesa momentos complicados. Es momento de intervenir con ofensiva para incorporar un factor clave en la ecuación: la intervención decidida del movimiento de masas. Un gobierno se debilita por arriba, pero se lo derrota por abajo.
David Paz
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